
Se encuentra frente a sí y no puede articular palabra, su reflejo en el agua no es el que pensaba. Se veía envejecido, con muchos años por encima, su pelo denotaba esa misma vejez, casi por completo cubierto de canas, y su piel, sí su piel fue lo que más le impactó, daba la sensación de estar tocando aquel pellejo arrugadísimo, que más de una vez sintió con detenimiento al comer pasas. “Para la memoria” le decían. Pero ahora ya la había perdido, pues, no recordaba el transcurso de tantos años, que fue de su yo joven: aquel que poseía una mirada certera, casi segura, aquel que podía sonreír sin mostrar ni un solo diente postizo, pero ahora se encontraba atrapado entre presente y futuro, entre pasado y presente, no tenía escapatoria, salvo correr. Atinó a levantarse, pero apenas si pudo, pues, sus piernas estaban débiles; miró hacia adelante y trató de correr lo más rápido que pudo, la persecución lo estaba extenuando, giró su cabeza volteándose y se encontró con un pelotón de fusilamiento; siguió corriendo, hasta verse atrapado por una gran pared llena de espejos, allí se veía reflejado, pero su yo joven; volteó asombrado y no lograba entender por que el grupo de hombres armados no se reflejaba. Acercó sus manos hacía las del yo joven reflejado en aquel gran espejo, sin lograr entender aún por qué las suyas estaban envejecidas, y lo traspaso, traspaso la gran pared conformando un todo consigo mismo.
Blanco, blanco, sólo veía luz. Sintió un remezón y un sonido que se atenuaba, era el despertador, debía iniciar una nueva jornada de trabajo. Se levantó tomó una ducha y se quedó largo rato observando su reflejo en el espejo, era joven tenía la piel tersa. Tomó desayuno y partió a la oficina. Tomó la micro correspondiente y al sentarse, antes que la micro partiera dirigió su mirada a la acera, en una banca un hombre de unos setenta años estaba sentado, su imagen le recordó a la de su yo futuro, el anciano se percató de que estaba siendo observado y le respondió con una mirada furtiva. Partió la micro, pensó en aquellos pensamientos que lo atormentaban día y noche... la vejez.
Al llegar a la oficina el trabajo de siempre, documentos y más documentos que llenar; en la colación se compró una hamburguesa y un vaso de bebida, antes de beberla se cercioró que su reflejo siguiera allí joven...’Como debe ser’ pensó. Volvió a la jornada laboral y se encontró con lo mismo de siempre: más facturas y papeles, ‘La rutina me va a matar’ dijo en voz baja. A las seis de la tarde terminó de ordenar los últimos papeles del día.
Tomó un autobús y decidió dirigirse a la plaza, no era la primera vez que lo hacía. Allí se encontró con una presencia casi ilusoria, una joven de cabellera larga, piel y ojos claros, con un vestido ceñido con el color del mar, lo miró tibiamente y le hizo un gesto indicándole un camino, él la siguió, pero a los pocos metros de andar perdió su rastro, se encontraba encandilado por la bruma y rodeado de arboles, mira su cuerpo y está vestido con trajes de época de antaño, siente ganas imperiosas de correr. Escucha gritos: ¡Es él! ¡Es él! ¡Él es el asesino! ¡Él la mató! Corre y corre hasta alcanzar un pequeño sendero, se encuentra frente a un pequeño riachuelo, decide tomar agua y se observa a sí mismo en el agua... pero no era él, denotaba una vejez que lo intranquilizaba, su rostro estaba demacrado por el pasar de los años. Se escuchan balazos y el agua se tiñe color carmín.